De la Escuela Católica
A la Escuela Rabínica

Por Susan Kanoff
(Estudiante de cuarto año del Jewish Theological Seminary. Graduada de la Universidad de Pennsylvania, vive en Wynnewood, PA.)

Este texto fue publicado la edición invierno de "Women’s League Outlook for Conservative Judaism", revista femenina del movimiento conservador en Estados Unidos.

Son las 7 am de una ventosa mañana de invierno en la Ciudad de Nueva York. Me apuro a través de la avenida Broadway, anticipando la calidez de la Sinagoga del Seminario de la Liga de Mujeres (Woman’s League Seminary Sinagogue). Mientras abro con fuerza la pesada reja de hierro y paso a través de la entrada del Jewish Theological Seminary, percibo una sensación familiar de respeto, humildad, felicidad y gratitud, que no ha disminuido a pesar de las cientas de veces que he pasado por el mismo portal.

Subo las escaleras al segundo piso, recojo mi tallit y t’fillin de su lugar en la repisa, y entro al santuario. Varios estudiantes, miembros de la facultad y del cuerpo administrativo ya están en sus lugares. El ambiente es meditativo mientras algunos se colocan tallit y t’fillin y otros ya están rezando (davening) en silencio. Mientras me envuelvo en mi propio tallit y coloco t’fillin en mi cabeza y brazo, tengo una sensación de unidad con todos los que me rodean.

Más daveners se filtran mientras alguien sube al amud y comienza a entonar birkot hashajar. Pienso acerca del lugar donde estamos. Frente a nosotros, más allá de los vitrales a ambos lados del arca, está nuestro mundo interior de aprendizaje: salas de clases, beit midrash, biblioteca, los lugares donde nos reunimos como estudiantes y profesores. Detrás de nosotros está el mundo exterior, ahora plenamente despierto con el ruido de los automóviles, buses y trenes del metro.

Mis pensamientos se centran en la oración. Mis ojos recorren el espacio sagrado, observando la menorá, el arca y ner tamid, así como el siddur en mis manos, todos ellos símbolos antiguos y perdurables de nuestra amada tradición. Cierro mis ojos y agradezco a El Santo por guiarme hasta este lugar.

Mi viaje comenzó hace muchos años en un pequeño pueblo, ubicado en medio de las bellas colinas del centro de Pennsylvania. Cuando niña me sentí tanto protegida como restringida por esas colinas, y amaba la forma en que parecían acogerme, pero siempre me preguntaba qué había más allá. Mi experiencia religiosa fue igualmente protectora y restrictiva. Doce años de educación católica en los años previos al ecumenismo evitaron que me expusiera a otras profesiones de fe. Mientras existía una importante comunidad judía en mi ciudad, era parte de un mundo desconocido para mí.

Mi educación religiosa formal tenía la finalidad de moldear completamente mi visión de Dios, sin motivarme más allá, ni toleraba cualquier cuestionamiento ni la exploración que –para mí- eran elementos esenciales en el desarrollo de mi relación con Dios. Para una niña pequeña en una escuela católica, el miedo a transgredir cualquier regla resultaba intenso y visceral. Una de las reglas prohibía el ingreso a un sitio de oración que no fuera católico. Así fue que con temor, templado por la curiosidad, a los ocho años una amiga y yo entramos a uno de los lugares más exóticos posibles, la sinagoga ortodoxa de la ciudad.

Mi primera impresión fue de caos. Un hombre hablaba en el podio, pero nadie parecía escucharlo. Sólo había hombres, que se movían, con su blancos chales ondulando con ellos, y surgía un sonido incoherente cuando todos cantaban a la vez, lo cual era muy diferente del perfecto unísono del catolicismo que a mí me era familiar. Este atisbo al mundo de la oración judía pasó a mi memoria más distante, hasta que reflotó muchos años después, cuando yo comencé a rezar con un tallit y pude sentir una conexión con aquellos hombres.

De muchas maneras, el fundamento de mi futuro judío fue establecido en mi hogar católico. A partir de mis padres y mi familia más extendida aprendí valores universales que son capaces de trascender las diferencias en la fe: la importancia de la familia, del amor, de la compasión, los actos de caridad y cariño fraternal, y la devoción a Dios. Más tarde, cuando comencé a explorar el judaísmo, pude encontrar muchas cosas que me resultaron familiares. En el intertanto, yo estaba en conflicto con el catolicismo. Amaba el ritual y la disciplina de las oraciones diarias, pero me faltaba una pieza intelectual, aquella que yo necesitaba explorar y comprender en mi propia teología.

Alguien dijo por ahí que las coincidencias son milagros en los que Dios escoge permanecer en el anonimato. En medio de mi lucha espiritual, un cambio en mi carrera me trajo a Filadelfia, donde conocí a la persona que más tarde sería mi marido. Nos conocimos en la época de Pésaj, y me cautivó su descripción del séder, que se realizaba en el hogar, en la mesa, rodeado por la familia, comunicando la historia de un pueblo de generación en generación. En mi experiencia, el ritual estaba casi completamente confinado a la celebración de la misa.

El pasado de mi familia, con el cual deseaba conectarme, me era virtualmente desconocido. El judaísmo ya estaba llenando un vacío en mi interior, a pesar de que yo todavía no me daba cuenta de ello.

Esta chispa inicial de interés marcaría el inicio de otro capítulo en mi viaje. Mi respuesta, tal vez la primera indicación de que "me estaba haciendo judía", fue comenzar a estudiar. Compré el libro de David Gross, "1001 Preguntas y Respuestas Acerca del Judaísmo", y fue una elección irónica para alguien cuya educación religiosa anterior había sido el catecismo, un libro de preguntas y respuestas. ¡Pero qué diferente era este libro! Estas no eran preguntas y respuestas para memorizar y recitarlas al pie de la letra. Estas eran preguntas y respuestas para considerar y explorar. Y llevarían a otras preguntas, con muchas respuestas posibles.

Empecé a descubrir la profundidad y riqueza de la tradición judía, la Biblia, las creencias básicas del Judaísmo y la historia, las costumbres y ceremonias, y el Shabbat. Cuando Richard y yo comenzamos el noviazgo, me hice prestar libros de sus padres y solicité a su rabino una lista de lecturas.

Durante esos primeros meses de crecer de forma judía tuve muchos maestros. La madre de Richard me enseñó a prender las velas de Shabbat y a preparar las fiestas. Richard y yo asistimos a la sinagoga con sus padres, los cuales eran miembros activos de su congregación. Aprendí acerca de lo que es una comunidad religiosa y cómo la observancia de rituales y costumbres enlaza a los judíos con sus padres y los padres de sus padres. Rabbi Charles Krauss fue un profesor entusiasta, y cuando comencé a explorar la posibilidad de la conversión, mis preguntas fueron bienvenidas con una sincera alegría.

El mismo afecto por el judaísmo desplegaron los rabinos que prepararon mi conversión. Un año después de mi encuentro inicial con el judaísmo, estaba de pie en la bimá y declaré mi deseo y mi intención de ingresar al pacto de Israel. Leímos del Libro de Ruth, "...tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios". Recibí velas, mezuzot y libros escritos por Shalom Aleijem y Elie Wiesel. De Richard recibí mi nombre en hebreo, Shira Hannah, en recuerdo de sus dos abuelas. Rabbi Sidney Riback, quien en los últimos meses nos había introducido a las alegrías y penas del judaísmo, nos dijo que nosotros estábamos ayudando a reemplazar a los Seis Millones.

Mientras yo estaba profundamente conmovida por la confianza de Rabbi Riback en nuestro compromiso, en los meses y años que siguieron varias veces viví momentos en que mi autoconfianza fue remecida mientras yo confrontaba temas relativos a mi identidad judía. Yo había aprendido el alfabeto judío y lograba arreglármelas para leer la Shemá y V’ahavta y varias otras partes de la liturgia, pero me apoyaba en una traducción para poder tener noción de lo que se decía. Yo amaba el inglés levemente arcaico del siddur. Me daba una sensación de repetir palabras muy antiguas en un momento en que yo luchaba por encontrar conexiones con un pasado judío que fuera realmente mío. Sin embargo, recitar las palabras "Nuestro Dios y Dios de nuestro padres" se sentía algo deshonesto. Las palabras parecían ser ciertas para todo el mundo, pero no para mí.

También he sentido este vacío fuera de la sinagoga. Varios años atrás, mientras visitaba una exposición acerca del Shabbat y las Fiestas en el Museo de la Diáspora en Tel Aviv, miré las pinturas, fotografías y dioramas con familias de muchas generaciones en sus mesas, encendiendo las velas y recitando las bendiciones. Me invadió la tristeza porque estas experiencias no eran parte de mi pasado, y porque tuve conciencia de que lo que me faltaba eran abuelos judíos.

A través de los años he logrado ver que los temas relativos a mi identidad judía con los que yo me enfrento no son muy distintos de los temas que preocupan a los judíos de nacimiento. Por el motivo que sea, a menudo se sienten aislados de la tradición judía y se esfuerzan por encontrar su camino a casa. Yo encontré mi camino buscando a mentores, a través de la oración y el estudio, involucrándome en la comunidad judía, y pasando tiempo en Israel.

Mi éxito se hizo aparente cuando mi hija, Alexandra, se convirtió en bat mitzvah. En una ceremonia conmovedora, el Sefer Torá fue sacado del arca y pasado de su abuelo a su abuela, a su padre y luego a mí. En ese momento pensé en el conflicto que había tenido con las palabras "Nuestro Dios y Dios de nuestros ancestros", y de pronto me di cuenta que ahora, por cierto, yo pasaba a ser el ancestro judío de alguien. Cuando coloqué la Torá en los brazos de mi hija, dejé de lado cualquier duda que hubiera tenido respecto a mi identidad como judía.

La persona que más influyó en mi decisión de seguir el rabinato fue el Rabbi Marc Margolius. Como líder espiritual de la Congregación Beth Am Israel (Penn Valley, PA), Rabbi Margolius revitalizó exitosamente la vida religiosa de una comunidad que se había dedicado largamente a la acción social. Él estimula el crecimiento espiritual a través de la exploración personal, el estudio de la Torá y en combinar fuertemente la oración y la acción. Me estimuló a expandir mis habilidades en la singoga y en la participación en el ritual; y también a formalizar mi compromiso con una ceremonia de bat mitzvah, y con un verano pasado en Israel. Como miembro de la Congregación Beth Am Israel, se me ofreció la oportunidad de ser voluntaria en el Centro Geriátrico de Filadelfia, donde me encontré con otro importante mentor en mi camino al rabinato, Rabbi Dayle Friedman, ex capellán del Centro.

Rabbi Friedman está dedicada a sostener y elevar la vida espiritual de los ancianos judíos, que están separados de sus propias comunidades por la fragilidad física, y que experimentan esa pérdida de muchas maneras, mientras se acercan al fin de sus vidas. Inspirada por el compromiso de Rabbi Friedman y por el amor al judaísmo que se reflejaba en los rostros de su congregación, me convertí en capellán voluntaria.

Allí fue donde me sentí atraída por el rabinato. David A. Cooper describe el llamado sagrado como algo transformador. "Es una invitación a nuestras almas, una voz misteriosa que resuena en nuestro interior, un tirón dado a nuestros corazones que no puede ser negado ni ignorado". Pasé unas segundas vacaciones de verano en Israel, considerando la "invitación" que yo creía me estaba siendo extendida, y en el otoño boreal de 1995 comencé un año de preparación en el JTS para ingresar a la escuela rabínica.

El verano pasado regresé al Centro Geriátrico de Filadelfia como ayudante en el Programa de Ayudantes Rabínicos Harry and Cantor Deborah Stern, bajo la dirección de Rabbi Natan Fenner, el director de los servicios de capellanes del centro. Durante ocho semanas tuve el privilegio de servir a los residentes en el centro, una experiencia que confirmó mi deseo de seguir un rabinato para servir a los ancianos.

En mi quinto año de estudio en el Jewish Theological Seminary, estoy repleta de gratitud por el amor y el apoyo que me ha brindado mi familia, y por los muchos maestros, mentores y personas modelo que me han enseñado a rezar y aprender, siempre regocijándome en la presencia de Dios.

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