HISTORIA JUDÍA
Esta sección está construída fundamentalmente sobre la obra de Simon
Dubnow “Manual de la Historia Judía”. Cuando se incorporen textos de
otros autores se indicará debidamente.
ANTIGÜEDAD (Siglo XX A.E.C. a Siglo VII E.C.)
CAPÍTULO III.- LOS JUDÍOS EN EL DESIERTO.
Del Mar Rojo al monte Sinaí.-
Moisés condujo a los
hebreos desde el Mar Rojo hasta el desierto de Sin, donde padecieron
grandemente por falta de agua; la encontraron en un sitio, mas no
pudieron tomarla debido a su sabor amargo. El pueblo comenzó a murmurar
contra Moisés. Este, según la leyenda, arrojó entonces al agua cierto
madero y el agua se tornó dulce. Luego dieron en el desierto con un
oasis llamado Elim., donde existían fuentes de agua y palmeras.
De allí se encaminaron al
desierto de Sin, donde quedaron privados de provisiones. Nuevamente el
pueblo empezó a quejarse contra Moisés y Aarón, diciendo. “En Egipto nos
sentábamos a las ollas de las carnes y comíamos pan en hartura, pero nos
habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta
multitud”. A la mañana siguiente, cuando despertaron los israelitas,
descubrieron en torno a su campamento una cosa menuda y redonda como una
escarcha.
“He ahí el pan que D’s os da para comer- les dijo Moisés -. Cogeréis de
él cada uno según pudiere comer, un ‘omer’ por cabeza, y el sexto día de
la semana recogeréis el doble de esa cantidad, para tenerlo para el
sábado”. Los judíos recogieron el alimento y le dieron el nombre de
‘maná’. Con él cocieron tortas dulces y prepararon sopas. El maná caía
cada mañana y de tarde se derretía por los rayos del sol y desaparecía.
Con él se alimentaron los hebreos todo el tiempo de su estada en el
desierto.
Poco
después los israelitas llegaron a la región montañosa de Refidim. Allí
fueron atacados por la salvaje tribu nómada de Amalec. Moisés envió
contra los amalecitas una legión de guerreros capitaneados por su
discípulo y asistente Josué ben Nun. El joven héroe rechazó el ataque de
los asaltantes del desierto y los tranquilizados judíos prosiguieron su
camino.
Algún
tiempo después llegaron al desierto de Sinaí (península de Sinaí) .
Acamparon al pie del monte sagrado de Orbe, llamado también Sinaí, el
mismo en el que D’s apareciera un día ante Moisés envuelto en una zarza
ardiendo. En torno de esta montaña moraban los medianitas, entre los
cuales el jefe judío había pasado su juventud. Cuando Jetró tuvo noticia
de que había arribado su yerno Moisés, fue a visitarlo y se alegró al
saber que los hebreos se habían librado del yugo de Egipto. Viviendo en
el campo judío, observó Jetró que Moisés se ocupaba desde el alba hasta
altas horas de la noche en administrar al pueblo y en impartir justicia,
por lo que le aconsejó que delegara esta última función en los ancianos.
Agradóle a Moisés el consejo de su suegro y procedió conforme a él.
Otorgamiento
de la Ley.-
Habían transcurrido dos meses desde que los hebreos salieron de Egipto.
Estaban libres y marchaban hacia Canaán, con el fin de iniciar allí su
vida como pueblo independiente. Mas antes de penetrar en su país, las
distintas tribus hebraicas debían ser unidas por medio de leyes y reglas
de vida homogéneas. Hasta entonces conservaban la fe en un Dios único y
algunas costumbres que habían heredado de sus antepasados. Pero no
poseían un concepto claro acerca de D’s y de la religión verdadera;
tampoco poseían leyes fijas sobre la vida social y moral. Habiendo
residido largo tiempo en Egipto, algunos de ellos copiaron allí ciertas
costumbres paganas. Era necesario, por consiguiente, enseñar a los
israelitas en que consistía su verdadera fe y a que leyes debían
atenerse. Este grandioso acontecimiento se produjo al pie del Monte
Sinaí.
Una vez que
los israelitas hubieron levantado sus tiendas cerca de ese monte, Moisés
los convocó y les incitó a obedecer los mandamientos de D’s. El pueblo
respondió al unísono: “¡Todo lo que D’s ha dicho haremos!” Luego ordenó
Moisés a los judíos que se lavaran y purificaran durante dos días, a fin
de estar preparados para el magno suceso. Al tercer día los sacó del
campamento y los alineó al pie del monte Sinaí, advirtiéndoles que nadie
subiera a él.
Desde la
mañana el monte se hallaba envuelto en densas nubes; retumbaban los
truenos y refulgían los relámpagos. La cumbre de la montaña se inflamaba
de rato en rato. Toda ella estaba envuelta en llamas y humo. Subió
Moisés a la cima y en medio de truenos ensordecedores y de rayos
deslumbradores dejóse oír desde la cumbre una voz retumbante. Y el
pueblo oyó las siguientes palabras, que encierran los grandes preceptos
de la religión judaica:
1)
Yo soy Adonai, tu D’s, que te
saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos.
2)
No tendrás otro dioses fuera
de mí; no te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba
en el cielo o abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra; no
te inclinarás a ellas ni las honrarás.
3)
No jurarás por el nombre de
D’s en vano.
4)
Acuérdate del sábado para
santificarlo: seis días trabajarás y harás tu obra , mas el séptimo día
será reposo para Adonai tu D’s; no harás en él obra alguna, tú, ni tu
hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el
extranjero que estuviese en tus ciudades.
5)
Honra a tu padre y a tu madre,
para que se alarguen tus días en la tierra que Adonai tu D’s te da.
6)
No matarás.
7)
No cometerás adulterio.
8)
No robarás.
9)
No prestarás falso testimonio
contra tu prójimo.
10)
No codiciarás la casa de tu
prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa
alguna de tu prójimo
El pueblo, al pie del
monte Sinaí, escuchó tembloroso estos elevados mandamientos de fe,
bondad y honestidad, y regresó a sus tiendas. Moisés, empero, se quedó
sobre la montaña cuarenta días y cuarenta noches. Allí, refiere el
Pentateuco, D’s le encomendó muchas otras leyes que enseñan como todo
judío debe conducirse en la vida privada y colectiva. Con el objeto de
perpetuar la ley otorgada en el monte Sinaí, grabó Moisés los diez
preceptos principales sobre dos tablas de piedra que debían ser
guardadas por el pueblo como objetos sagrados.
El becerro de
oro.-
No todo el pueblo hebreo comprendió las grandes verdades dictadas desde
la cúspide del monte Sinaí. Había entre los israelitas muchos ignorantes
que se llevaron de Egipto conceptos erróneos y una inclinación al
fetichismo. Esta gente quería que el D’s judío fuese encarnado, a la
manera de las deidades paganas, en un ídolo visible y palpable. Viendo
que Moisés demoraba demasiado en el monte Sinaí, exigieron de Aarón que
les hiciese una imagen de D’s en forma de becerro, análogo al buey Apis,
ídolo egipcio. Aarón se vio obligado a satisfacer los deseos del
populacho. Le trajeron los israelitas sus dijes de oro, que él fundió y
empleó para hacer un ídolo en forma de becerro. El pueblo se puso a
bailar en torno de éste, diciendo que era el dios que lo había sacado de
Egipto.
Entre tanto
, Moisés, después de permanecer cuarenta días sobre la montaña sagrada,
regresó al campamento judío llevando en sus manos las dos tablas con el
Decálogo grabado en ellas. Ya desde lejos pudo percibir un clamor de
muchas voces. Al penetrar en el campo y ver que el pueblo danzaba en
torno de un becerro de oro, se encendió de ira. ¡ El llevaba al pueblo,
desde el Sinaí, la ley del D’s verdadero y de pronto descubría que ese
mismo pueblo bailaba delante de un ídolo! Irritado, arrojó Moisés las
dos Tablas al suelo, haciéndolas añicos. Luego tomó el becerro de oro,
lo tiró al fuego y exclamó: “¡Quien es de Adonai, júntese conmigo!” Y se
vinieron con él todos los hijos de su propia tribu, la de Leví, que no
se habían contaminado prosternándose ante el ídolo. Levitas armados se
arrojaron sobre la muchedumbre que adoraba el ídolo de oro, matando a
muchos de ellos.
Largo
tiempo estuvo Moisés enconado contra los israelitas por el pecado
cometido, pero finalmente, viendo que el pueblo se arrepentía, aplacó su
cólera. Labró dos nuevas Tablas y volvió a grabar en ellas los Diez
Mandamientos. Edificó un nuevo altar al pie del monte Sinaí, empleando
para ello doce grandes piedras sin labrar, conforme al número de las
(doce) tribus hebreas. Cuando Moisés descendió por segunda vez del monte
Sinaí llevando las nuevas Tablas, su rostro estuvo envuelto por una luz
esplendorosa. Los judíos sintieron respeto por su gran jefe y empezaron
a creer que D’s hablaba por intermedio de él.
El tabernáculo y el
campamento judío.-
Mientras vivían en el desierto de Sinaí, ordenó Moisés a los israelitas
que construyeran una tienda transportable que sirviese como casa de D’s
al pueblo nómada. Con júbilo se entregaron los hebreos a esta tarea.
Cada cual , según sus posibilidades, trajo algún material de
construcción: madera, metales, diversos tejidos y pieles de animales.
Para dirigir los trabajos designó Moisés a dos individuos, Bezalel y
Aholiab, que habían aprendido en Egipto el arte de la construcción. Al
poco tiempo la tienda estaba edificada. En su centro se elevaba un arca,
adornada en su parte superior con figuras aladas o querubines; dentro de
ese arca se guardaba el santuario máximo del pueblo, las tablas de
piedra con el decálogo. La tienda estaba rodeada por un patio en cuyo
centro se erigía un altar para holocaustos. Toda esa construcción se
llamaba Tabernáculo. Aarón. Y sus hijos fueron designados sacerdotes,
ayudándoles en sus tareas numerosos levitas. Una vestidura especial fue
elegida para uso de los servidores sagrados.
El
Tabernáculo se levantaba en medio del campamento hebreo. Este tenía la
forma de un campamento de guerra, puesto que los israelitas se
aprestaban a conquistar Canaán. Moisés impuso a todos los hombres sanos,
desde la edad de veinte años, la obligación de hacer el servicio de las
armas. Sólo los levitas, destinados al Tabernáculo, estaban exentos de
ese deber. En total había, fuera de los levitas, doce tribus (ya que los
descendientes de José estaban divididos en dos tribus: Efraín y Manases)
. Se hallaban ubicados en torno del Tabernáculo en tiendas de guerra.
Las mas cercanas al Tabernáculo eran las tiendas de la tribu de Leví, a
la que pertenecían Moisés, Aarón y todos los servidores del Tabernáculo.
En torno de la tribu de Leví acampaban las doce tribus restantes, de a
tres en cada costado; cada tres tribus constituían un batallón
independiente y poseían su bandera propia. Cada tribu tenía su jefe.
Cuando era menester salir de viaje, los sacerdotes tocaban los cuernos y
todos los batallones se ponían en marcha en el mismo orden en que
estaban establecidos; en medio iban los levitas, llevando en sus manos
el Tabernáculo y el Arca Santa y alrededor de ellos marchaban los cuatro
batallones con sus estandartes. A los hebreos se les agregó una compañía
de madianitas, dirigidos por Hobeb, hermano de la mujer de Moisés. Hobeb
conocía bien todos los caminos del desierto y fue muy útil para los
israelitas como guía.
Los emisarios.
Sublevación de Coré.-
Alrededor de un año pasaron los hebreos en el desierto de Sinaí. Después
de haber celebrado la segunda Pascua desde su liberación de Egipto, se
pusieron en marcha , en la primavera, rumbo a Canaán. Luego de vagar
algún tiempo llegaron a Cades, costa situada cerca de la frontera
meridional de Canaán. Se acercaba el momento de entrar en la tierra
propia. Los hebreos levantaron su campamento en Cades y eligieron de
entre si doce personas, una por cada tribu, y las enviaron a Canaán para
reconocer el país y ver que clase de tierra era, cuáles eran sus
plantaciones y la gente que la habitaban. Entre estos observadores
figuraban Josué ben Nun, de la tribu de Efraín y Caleb ben Jefone, de la
tribu de Judá. Los observadores atravesatron todo el Canaán, de sur a
norte, estudiándolo.. Cerca de Hebrón cortaron algunas frutas y varios
racimos de uvas, extraordinariamente grandes, y se los llevaron para
mostrárselos a los israelitas.
A los
cuarenta días volvieron los emisarios al campamento judío y dijeron:
“Hemos atravesado todo el país de Canaán. Su tierra ciertamente fluye
leche y miel, y éste es el fruto de ella. El pueblo que vimos allá está
formado por hombres de gran estatura, al lado de los cuales nosotros
parecíamos langostas”. Y los emisarios, excepto Josué y Caleb,
declararon que no había esperanzas de conquistar el país. Estas palabras
provocaron gran tristeza en el pueblo. Muchos lloraban, y aquellos que
no se habían deshabituado aún de la servidumbre gritaban que era
necesario regresar a Egipto. Caleb y Josué trataron de calmar al pueblo.
Pero la multitud excitada no quiso escuchar a los dos valerosos
emisarios y hasta pretendió apedrearlos.
Todo esto
causó profundo dolor a Moisés. Comprendió por fin que con tales hombres,
a quienes la prolongada esclavitud en Egipto había quebrantado el ánimo,
sería imposible conquistar Canaán y que era necesario esperar el
advenimiento de una nueva generación, criada en la libertad. Declaró,
pues, a los israelitas que andarían errando por el desierto cuarenta
años, hasta tanto se extinguiera totalmente la vieja generación salida
de Egipto y surgiera una nueva, mas apta y valerosa para las guerras
atrevidas, y esos hombres nuevos serían los que entrarían en Canaán.
Ordenó Moisés que se siguiera vagando por el desierto, cerca del Mar
Rojo. Al oírlo, el pueblo quedó sumamente entristecido. Algunos hombres
resueltos se negaron a obedecer a Moisés. Se separaron del campamento y
se dirigieron hacia las montañas, rumbo a Canaán, pero los salvajes
amalecitas bajaron de las montañas y los dispersaron.
Después de
este suceso, la mayoría de los judíos se sometió a la voluntad de
Moisés. Pero en una parte del pueblo persistía aún el descontento con el
poder ilimitado del gran jefe. Este descontento estalló con la
sublevación de Coré. Doscientos cincuenta personajes notables, dirigidos
por Coré, de la tribu de Leví, y por Dathan y Abiram, de la tribu de
Rubén, se rebelaron contra Moisés y Aarón. Le reprocharon a Moisés el
que hubiese sacado a los israelitas de Egipto, sin hacerlos entrar en
Canaán y obligándolos a perecer en el desierto. El pueblo empezó a
congregarse en las tiendas de los rebeldes y hubo el peligro de que la
sublevación se extendiese. Entonces, refiere el Pentateuco, Moisés
ordenó al pueblo que se retirara de las tiendas de aquellos hombres
impíos, y tan pronto como lo hizo, acaeció un milagro: en el sitio en
que se hallaban Coré y su gente se partió la tierra, y los insurrectos,
junto con sus tiendas y haciendas, fueron tragados por el abismo
entreabierto. Muchos israelitas que se habían plegado a los sediciosos
perecieron en una epidemia.
La generación
del desierto.-
Posteriormente a
lo ocurrido con los observadores de Canaán, vivieron los hebreos en el
desierto por espacio de unos cuarenta años. Llevaban en parte una
existencia fija, en el oasis de Cades, y en parte vagaban por los yermos
inmediatos, al sur de Canaán. Vivían en tiendas y se ocupaban en criar
ganado y en parte con la agricultura. En recuerdo de aquel tiempo
dispuso Adonai que se levantaran tiendas o ‘sucoth’ y se celebrara
anualmente, durante siete días, la hermosa festividad de Sucoth
(Pentecostés).
En el curso
de aquellos años fueron muriendo poco a poco los individuos mas viejos
que habían salido de Egipto y surgió una nueva generación, educada por
Moisés en la libertad y en la fe pura. Moisés atendía los asuntos
personalmente. Tenía un consejo de setenta ancianos o jefes que le
ayudaban a gobernar al pueblo. Aarón era el Gran Sacerdote y los levitas
servían en el Tabernáculo y ayudaban a Moisés a educar e instruir al
pueblo.
Cuando
estaba por expirar el plazo fijado por Moisés para permanecer en el
desierto, empezaron los israelitas a aproximarse a las fronteras de
Canaán. En dichas fronteras, al sur y al este, vivían los belicosos
pueblos Edom, Moab y Amoreo. Moisés intentó conseguir a las buenas que
los reyes de esos pueblos permitieran a los hebreos el paso a Canaán.
Mandó emisarios al rey de Edom y le hizo decir: “Así dice Israel tu
hermano: déjanos pasar por tu tierra; no pasaremos por labranza ni por
viña, ni beberemos agua de pozos; por el camino real iremos, sin
apartarnos a la diestra ni a la siniestra, hasta que hayamos pasado tu
término”. Mas el rey rechazó esta oferta pacífica, por lo que los
israelitas tuvieron que dar la vuelta a Edom. En el camino, en el monte
Hor, murió Aarón, sustituyéndolo su hijo Eleazar. Poco antes había
muerto también la hermana de Moisés, Miriam.
Conquista de
Transjordania.-
Eludiendo el paísde Edom, acamparon los hebreos en la parte sureste de
Canaán, cerca de Moab. Gran parte de ese territorio había siso
conquistada antes por Sehón, el poderoso rey amoreo, cuyas tierras se
extendían a lo largo de toda la ribera oriental del Jordán. Moisés envió
embajadores a Sehón pidiéndole que autorizara el paso de los judíos a
través de sus posesiones, pero aquel no accedió y salió al frente de un
gran ejército contra Moisés. Los israelitas lucharon heroicamente,
infligiendo una derrota a los amoreos. Penetraron en el país y ocuparon
la capital, Hesbón. Envalentonados por este triunfo, loshebreos
siguieron marcando hacia el norte, camino de Basán, territorio rico en
campos de pastoreo. Allí salió contra ellos el rey Og, que descendía de
los antiguos gigantes. Pero los israelitas derrotaron a Og y a su
pueblo, conquistando la fértil Basán. De este modo el pueblo hebreo
hallábase ya con un pie firme en la región oriental de Canaán, en la
Transjordania.
Como los
hebreos se habían asentado en las fronteras de Moab, el rey de ésta,
Balac, temió que se apoderaran de sus tierras. Para evitarlo, mandó
traer de la Mesopotamia al hechicero Balaam. Pero entonces, cuenta la
Biblia, D’s se le apareció a Balaam en sueños y le mandó proceder en
forma bien distinta. Cuando el rey de Moab hubo llevado al hechicero a
la cima de la montaña, desde donde se podía divisar el campamento
hebreo, Balaam exclamó: “¿Por qué maldeciré yo al que D’s no maldijo? ¿Y
por qué he de execrar al que Adonai no ha execrado?”. La segunda vez
Balaam quedó tan encantado del campamento hebraico, que no pudo contener
su entusiasmo y exclamó: “¡Cuan hermosas son tus tiendas, oh Jacob, tus
habitaciones, oh Israel ¡” . En vano esperó Balac de boca del hechicero
maldiciones contra los israelitas. Balaam, por el contrario, los bendijo
prediciéndoles un gran porvenir. El rey de Moab, enfurecido contra el
mago, lo hizo regresar a su casa.
Repartición de
la Transjordania.
Muerte de Moisés.-
Conquistado el territorio de la Transjordania, los
hebreos empezaron a hacer los preparativos para cruzar el Jordán y
conquistar la parte occidental de Canaán. Entonces se le presentaron a
Moisés los ancianos de las tribus pastoriles de Rubén y Gad para pedirle
que les autorizara a quedarse allí. Moisés les reprochó el que se
negasen a ayudar a las demás tribus a conquistar Canaán y prefiriesen
separarse del resto del pueblo, para vivir tranquilamente en la parte
dominada del territorio. Pero los ancianos de Rubén y Gad replicaron que
no tenían la intención de separarse del pueblo. “Edificaremos
aquí-dijeron-majadas para nuestro ganado y cuidades para nuestros niños.
Y nosotros nos armaremos e iremos con diligencia delante de los hijos de
Israel, hasta que los metamos en su lugar. No volveremos a nuestras
casas hasta que los hijos de Israel posean cada uno su heredad”. Ante
esta promesa, entregó Moisés a las tribus de Rubén y Gad los territorios
del Amoreo y Basán como propiedad suya. A estas dos tribus se agregó
luego una mitad de la tribu de Manases, que se adjudicó una parte de las
tierras amoreas conocidas bajo el nombre de Galaad. Así fue como dos y
media tribus ocuparon la parte oriental de Canaán, la Transjordania.
Quedaba por
atravesar el Jordán y conquistar el interior del país y distribuir el
territorio entre las tribus restantes. Mas esto no le cupo en suerte
hacerlo a Moisés. El gran libertador y jefe de los hebreos sentía que su
fin se aproximaba y sabía que no estaba destinado a hacer entrar al
pueblo en Canaán. Antes de su muerte, Moisés reunía con frecuencia a los
israelitas y les instruía como debían vivir en el nuevo país conforme a
las leyes de libertad y justicia. Como sucesor suyo designó a su
ayudante Josué ben Nun. Finalmente llegó la hora de la separación. Se
despidió Moisés de los hebreos, predijo al pueblo el porvenir que le
aguardaba y bendijo a cada tribu por separado.. Luego subió al monte
Nebo, la cumbre mas elevada de la cordillera moabita de Pisga, desde
donde pudo observar buena parte del territorio de Canaán. Largo tiempo
quedó allí contemplando el país y lamentando no haber sido digno de
entrar en el futuro territorio de los judíos.
Murió
Moisés a la edad de ciento veinte años, recibiendo sepultura en el valle
de Moab. Nadie conoce el lugar de su tumba, pues quedó envuelto en el
misterio para las generaciones sucesivas. Treinta días lloraron los
israelitas a su gran jefe. “Y nunca mas se levantó profeta en Israel
como Moisés”, dice la Biblia. Fue Moisés el libertador y el guía
espiritual de su pueblo. Transformó a una multitud de esclavos en un
pueblo y con su doctrina convirtió a éste en un pueblo “elegido” y
grande.
Conclusiones
históricas.-
Desde que los
hebreos salieron de Egipto, “la casa de servidumbre”, hasta que
penetraron en la “tierra prometida”, Canaán, transcurrieron según la
tradición cuarenta años, en cuyo lapso los israelitas anduvieron errando
por el desierto. Allí estuvieron, durante breve tiempo, en la zona del
monte Sión y mas largamente en el oasis de Cades, en las inmediaciones
de Edom y en las fronteras meridionales de Canaán.
La
liberación e la servidumbre elevó a tal grado el espíritu nacional de
los hebreos, que desde Egipto partieron directamente hacia el Sinaí. El
pueblo libertado sentía la necesidad de unir a todos sus sectores
aislados en una sola sociedad que se condujera de acuerdo con leyes
fijas. Lleno de esperanzas y de anhelos luminosos, seguía el pueblo a su
gran jefe. El nuevo ambiente al que ingresaron de repente hubo de
influir sobre los que salieron de Egipto. Después de las fértiles
riberas del Nilo se encontraron de pronto en un desierto sombrío y
árido, donde rocas peladas, cual crueles gigantes, se erigían hacia el
cielo y sus cumbres se perdían entre las nubes; el límite entre el cielo
y la tierra, entre la vida y la muerte, parecía haber desaparecido allí;
revoloteaba en aquel lugar el espiritu del Creador del universo. Si poco
antes, en Egipto, sentía el pueblo la dura opresión de los hombres,
experimentaba ahora, en medio del inmenso y solitario desierto, otro
poder, mas supremo: el poder del D’s único y eterno. Al pie del monte
Sinaí fue donde escuchó el pueblo los preceptos inmortales que llegaron
a ser las piedras angulares del judaísmo.
En aquel
momento comenzó el paso hacia la forma social de la religión hebrea. En
la doctrina de Moisés, D’s es el señor no sólo de la naturaleza, sino
también de la vida humana. No es solamente el D’s de Israel, sino
especialmente el único D’s verdadero del universo. “Yo soy Adonai, tu
D’s, que te saqué de la tierra de Egipto , de la casa de siervos”
(primer precepto del Decálogo). En estas palabras está expresada la
esencia nacional de la doctrina mosaica. Luego se enumeran los atributos
de D’s; es único e incorpóreo, no puede haber otros dioses ni idolatría
(segundo mandamiento). El reposo del sábado se establece como recurso
para mantener en el pueblo la conciencia de la igualdad humana frente a
D’s, pues el siervo debe disponer del mismo día de descanso que su
señor(cuarto precepto). El respeto por los progenitores es colocado como
fundamento principal de la familia y de la sociedad, ya que la fuerza de
un pueblo reside en el sólido vínculo entre la generación vieja y la
nueva(quinto mandamiento). La prohibición de mentir, de matar, de robar,
de cometer adulterio, de desear los bienes ajenos, es la base de la
moral y de la convivencia humana(tercero, sexto, séptimo, octavo, noveno
y décimo preceptos). Tales eran las verdades eternas que el pueblo judío
reveló a la humanidad.
Mientras
los israelitas permanecían Cades, el pueblo empezó a acostumbrarse a la
verdadera vida social. Según la tradición, Moisés gobernó a los hebreos
con la ayuda de un consejo de ancianos. Designó jefes sobre grupos
aislados y les encargó velar por el orden e impartir justicia en los
pleitos menores. Así pudieron surgir y aplicarse en la práctica las
leyes sociales registradas en el Deuteronomio(21-23). El amor al
prójimo, la conmiseración con el débil y el pobre y mucha severidad con
los que violaban los derechos de los demás, tales eran los rasgos
fundamentales de las leyes. Todos los hombres son iguales ante D’s:
tanto el hombre como la mujer, el rico como el pobre, el siervo como el
señor. He aquí algunos ejemplos: “Si comprares un siervo judío,
trabajará seis años para ti y en el séptimo lo librarás gratuitamente”.
“No oprimiréis a la viuda y al huérfano”. “Cuando dieres a tu prójimo
algún préstamo, no entrarás en su casa para tomarle prenda. Si fuere
hombre pobre, le devolverás la prenda cuando el sol se ponga, para que
se cubra con su ropa”. “No torcerás el derecho del pobre y el huérfano”.
“No toméis cohecho”. “No oprimáis al extranjero, porque extranjeros
fuisteis en el país de Egipto”.
En Cades
fueron también establecidos los fundamentos del antiguo ritual hebraico.
El santuario del pueblo lo constituía el Arca del Pacto, es decir, el
arca que encerraba las tablas con el decálogo del Sinaí. Mientras los
israelitas se hallaban detenidos en su caminata por el desierto, ese
arca se guardaba en el Tabernáculo. Durante las batallas en el este de
Canaán los levitas iban delante llevando el arca, en señal de que el
mismo D’s conducía al pueblo, mientras exclamaban: “Levántate, Adonai, y
que sean diseminados tus enemigos”. Sintiendo que el santuario iba con
ellos, los guerreros israelitas luchaban heroicamente, obteniendo esas
brillantes victorias que les dieron acceso al territorio de Canaán.
CAPITULO IV
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