NAVEGACION     
 

HISTORIA JUDÍA
Esta sección está construída fundamentalmente sobre la obra de Simon Dubnow “Manual de la Historia Judía”. Cuando se incorporen textos de otros autores se indicará debidamente.
ANTIGÜEDAD (Siglo XX A.E.C. a Siglo VII E.C.)

 

CAPÍTULO III.- LOS JUDÍOS EN EL DESIERTO. 

Del Mar Rojo al monte Sinaí.- Moisés condujo a los hebreos desde el Mar Rojo hasta el desierto de Sin, donde padecieron grandemente por falta de agua; la encontraron en un sitio, mas no pudieron tomarla debido a su sabor amargo. El pueblo comenzó a murmurar contra Moisés. Este, según la leyenda, arrojó entonces al agua cierto madero y el agua se tornó dulce. Luego dieron en el desierto con un oasis llamado Elim., donde existían fuentes de agua y palmeras.

            De allí se encaminaron al desierto de Sin, donde quedaron privados de provisiones. Nuevamente el pueblo empezó a quejarse contra Moisés y Aarón, diciendo. “En Egipto nos sentábamos a las ollas de las carnes y comíamos pan en hartura, pero nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”. A la mañana siguiente, cuando despertaron los israelitas, descubrieron en torno a su campamento una cosa menuda y redonda como una escarcha[1]. “He ahí el pan que D’s os da para comer- les dijo Moisés -. Cogeréis de él cada uno según pudiere comer, un ‘omer’ por cabeza, y el sexto día de la semana recogeréis el doble de esa cantidad, para tenerlo para el sábado”. Los judíos recogieron el alimento y le dieron el nombre de ‘maná’. Con él cocieron tortas dulces y prepararon sopas. El maná caía cada mañana y de tarde se derretía por los rayos del sol y desaparecía. Con él se alimentaron los hebreos todo el tiempo de su estada en el desierto.

            Poco después los israelitas llegaron a la región montañosa de Refidim. Allí fueron atacados por la salvaje tribu nómada de Amalec. Moisés envió contra los amalecitas una legión de guerreros capitaneados por  su discípulo y asistente Josué ben Nun. El joven héroe rechazó el ataque de los asaltantes del desierto y los tranquilizados judíos prosiguieron su camino.

            Algún tiempo después llegaron al desierto de Sinaí (península de Sinaí) . Acamparon al pie del monte sagrado de Orbe, llamado también Sinaí, el mismo en el que D’s apareciera un día ante Moisés envuelto en una zarza ardiendo. En torno de esta montaña moraban los medianitas, entre los cuales el jefe judío había pasado su juventud. Cuando Jetró tuvo noticia de que había arribado su yerno Moisés, fue a visitarlo y se alegró al saber que los hebreos se habían librado del yugo de Egipto. Viviendo en el campo judío, observó Jetró que Moisés  se ocupaba desde el alba hasta altas horas de la noche en administrar al pueblo y en impartir justicia, por lo que le aconsejó que delegara esta última función en los ancianos. Agradóle a Moisés el consejo de su suegro y procedió conforme a él.

 Otorgamiento de la Ley.-
Habían transcurrido dos meses desde que los hebreos salieron de Egipto. Estaban libres y marchaban hacia Canaán, con el fin de iniciar  allí su vida como pueblo independiente. Mas antes de penetrar en su país, las distintas tribus hebraicas debían ser unidas por medio de leyes y reglas de vida homogéneas. Hasta entonces conservaban la fe en un Dios único y algunas costumbres que habían heredado de sus antepasados. Pero no poseían un concepto claro acerca de D’s y de la religión verdadera; tampoco poseían leyes fijas sobre la vida social y moral. Habiendo residido largo tiempo en Egipto, algunos de ellos copiaron allí ciertas costumbres paganas. Era necesario, por consiguiente, enseñar a los israelitas en que consistía su verdadera fe y a que leyes debían atenerse. Este grandioso acontecimiento se produjo al pie del Monte Sinaí.

            Una vez que los israelitas hubieron levantado sus tiendas cerca de ese monte, Moisés los convocó y les incitó a obedecer los mandamientos de D’s. El pueblo respondió al unísono: “¡Todo lo que D’s ha dicho haremos!” Luego ordenó Moisés a los judíos que se lavaran y purificaran durante dos días, a fin de estar preparados para el magno suceso. Al tercer día los sacó del campamento y los alineó al pie del monte Sinaí, advirtiéndoles que nadie subiera a él.

            Desde la mañana el monte se hallaba envuelto en densas nubes; retumbaban los truenos y refulgían los relámpagos. La cumbre de la montaña se inflamaba de rato en rato. Toda ella estaba envuelta en llamas y humo. Subió Moisés a la cima y en medio de truenos ensordecedores y de rayos deslumbradores dejóse oír desde la cumbre una voz retumbante. Y el pueblo oyó las siguientes palabras, que encierran los grandes preceptos de la religión judaica:

 

1)      Yo soy Adonai, tu D’s, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de siervos.

2)      No tendrás otro dioses fuera de mí; no te harás  imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo o abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra; no te inclinarás a ellas ni las honrarás.

3)      No jurarás por el nombre de D’s en vano.

4)      Acuérdate del sábado para santificarlo: seis días trabajarás y harás tu obra , mas el séptimo día será reposo para Adonai tu D’s; no harás en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni   el extranjero que estuviese en tus ciudades.

5)      Honra a tu padre y a tu madre, para que se alarguen tus días en la tierra que Adonai tu D’s te da.

6)      No matarás.

7)      No cometerás adulterio.

8)      No robarás.

9)      No prestarás falso testimonio contra tu prójimo.

10)  No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo

 

El pueblo, al pie del monte Sinaí, escuchó tembloroso estos elevados mandamientos de fe, bondad y honestidad, y regresó a sus tiendas. Moisés, empero, se quedó sobre la montaña cuarenta días y cuarenta noches. Allí, refiere el Pentateuco, D’s le encomendó muchas otras leyes que enseñan como todo judío debe conducirse en la vida privada y colectiva. Con el objeto de perpetuar la ley otorgada en el monte Sinaí, grabó Moisés los diez preceptos principales sobre dos tablas de piedra que debían ser guardadas por el pueblo como objetos sagrados.

El becerro de oro.-
No todo el pueblo hebreo comprendió las grandes verdades dictadas desde la cúspide del monte Sinaí. Había entre los israelitas muchos ignorantes que se llevaron de Egipto conceptos erróneos y una inclinación al fetichismo. Esta gente quería que el D’s judío fuese encarnado, a la manera de las deidades paganas, en un ídolo visible y palpable. Viendo que Moisés demoraba demasiado en el monte Sinaí, exigieron de Aarón que les hiciese una imagen de D’s en forma de becerro, análogo al buey Apis, ídolo egipcio. Aarón se vio obligado a satisfacer los deseos del populacho. Le trajeron los israelitas sus dijes de oro, que él fundió y empleó para hacer un ídolo en forma de becerro. El pueblo se puso a bailar en torno de éste, diciendo que era el dios que lo había sacado de Egipto.

            Entre tanto , Moisés, después de permanecer cuarenta días sobre la montaña sagrada, regresó al campamento judío llevando en sus manos las dos tablas con el Decálogo grabado en ellas. Ya desde lejos pudo percibir un clamor de muchas voces. Al penetrar en el campo y ver que el pueblo danzaba en torno de un becerro de oro, se encendió de ira. ¡ El llevaba al pueblo, desde el Sinaí, la ley del D’s verdadero y de pronto descubría que ese mismo pueblo bailaba delante de un ídolo! Irritado, arrojó Moisés las dos Tablas al suelo, haciéndolas añicos. Luego tomó el becerro de oro, lo tiró al fuego y exclamó: “¡Quien es de Adonai, júntese conmigo!” Y se vinieron con él todos los hijos de su propia tribu, la de Leví, que no se habían contaminado prosternándose ante el ídolo. Levitas armados se arrojaron sobre la muchedumbre que adoraba el ídolo de oro, matando a muchos de ellos.

            Largo tiempo estuvo Moisés enconado contra los israelitas por el pecado cometido, pero finalmente, viendo que el pueblo se arrepentía, aplacó su cólera. Labró dos nuevas Tablas y volvió a grabar en ellas los Diez Mandamientos. Edificó un nuevo altar al pie del monte  Sinaí, empleando para ello doce grandes piedras sin labrar, conforme al número de las (doce) tribus hebreas. Cuando Moisés descendió por segunda vez del monte Sinaí llevando las nuevas Tablas, su rostro estuvo envuelto por una luz esplendorosa. Los judíos sintieron respeto por su gran jefe y empezaron a creer que D’s hablaba por intermedio de él.

El tabernáculo y el campamento judío.-
Mientras vivían en el desierto de Sinaí, ordenó Moisés a los israelitas que construyeran una tienda transportable que sirviese como casa de D’s al pueblo nómada. Con júbilo se entregaron los hebreos a esta tarea. Cada cual , según sus posibilidades, trajo algún material de construcción: madera, metales, diversos tejidos y pieles de animales. Para dirigir los trabajos designó Moisés a dos individuos, Bezalel y Aholiab, que habían aprendido en Egipto el arte de la construcción. Al poco tiempo la tienda estaba edificada. En su centro se elevaba un arca, adornada en su parte superior con figuras aladas o querubines; dentro de ese arca se guardaba el santuario máximo del pueblo, las tablas de piedra con el decálogo. La tienda estaba rodeada por un patio en cuyo centro se erigía un altar para holocaustos. Toda esa construcción se llamaba Tabernáculo. Aarón. Y sus hijos fueron designados sacerdotes, ayudándoles en sus tareas numerosos levitas. Una vestidura especial fue elegida para uso de los servidores sagrados.

            El Tabernáculo se levantaba en medio del campamento hebreo. Este tenía la forma de un campamento de guerra, puesto que los israelitas se aprestaban a conquistar Canaán. Moisés impuso a todos los hombres sanos, desde la edad de veinte años, la obligación de hacer el servicio de las armas. Sólo los levitas, destinados al  Tabernáculo, estaban exentos de ese deber. En total había, fuera de los levitas, doce tribus (ya que los descendientes de José estaban divididos en dos tribus: Efraín y Manases) . Se hallaban ubicados en torno del Tabernáculo en tiendas de guerra. Las mas cercanas al Tabernáculo eran las tiendas de la tribu de Leví, a la que pertenecían Moisés, Aarón y todos los servidores del Tabernáculo. En torno de la tribu de Leví acampaban las doce tribus restantes, de a tres en cada costado; cada tres tribus constituían un batallón independiente y poseían su bandera propia. Cada tribu tenía su jefe. Cuando era menester salir de viaje, los sacerdotes tocaban los cuernos y todos los batallones se ponían en marcha en el mismo orden en que estaban establecidos; en medio iban los levitas, llevando en sus manos el Tabernáculo y el Arca Santa y alrededor de ellos marchaban los cuatro batallones con sus estandartes. A los hebreos se les agregó una compañía de madianitas, dirigidos por Hobeb, hermano de la mujer de Moisés. Hobeb conocía bien todos los caminos del desierto y fue muy útil para los israelitas como guía.

Los emisarios. Sublevación de Coré.-
Alrededor de un año pasaron los hebreos en el desierto de Sinaí. Después de haber celebrado la segunda Pascua desde su liberación de Egipto, se pusieron en marcha , en la primavera, rumbo a Canaán. Luego de vagar algún tiempo llegaron a Cades, costa situada cerca de la frontera meridional de Canaán. Se acercaba el momento de entrar en la tierra propia. Los hebreos levantaron su campamento en Cades y eligieron de entre si doce personas, una por cada tribu, y las enviaron a Canaán para reconocer el país y ver que clase de tierra era, cuáles eran sus plantaciones y la gente que la habitaban. Entre estos observadores figuraban Josué ben Nun, de la tribu de Efraín y Caleb ben Jefone, de la tribu de Judá. Los observadores atravesatron todo el Canaán, de sur a norte, estudiándolo.. Cerca de Hebrón cortaron algunas frutas y varios racimos de uvas, extraordinariamente grandes, y se los llevaron para mostrárselos a los israelitas.

            A los cuarenta días volvieron los emisarios al campamento judío y dijeron: “Hemos atravesado todo el país de Canaán. Su tierra ciertamente fluye leche y miel, y éste es el fruto de ella. El pueblo que vimos allá está formado por hombres de gran estatura, al lado de los cuales nosotros parecíamos langostas”. Y los emisarios, excepto Josué y Caleb, declararon que no había esperanzas de conquistar el país. Estas palabras provocaron gran tristeza en el pueblo. Muchos lloraban, y aquellos que no se habían deshabituado aún de la servidumbre gritaban que era necesario regresar a Egipto. Caleb y Josué trataron de calmar al pueblo. Pero la multitud excitada no quiso escuchar a los dos valerosos emisarios  y hasta pretendió apedrearlos.

            Todo esto causó profundo dolor a Moisés. Comprendió por fin que con tales hombres, a quienes la prolongada esclavitud en Egipto había quebrantado el ánimo, sería imposible conquistar Canaán y que era necesario esperar el advenimiento de una nueva generación, criada en la libertad. Declaró, pues, a los israelitas que andarían errando por el desierto cuarenta años, hasta tanto se extinguiera totalmente la vieja generación salida de Egipto y surgiera una nueva, mas apta y valerosa para las guerras atrevidas, y esos hombres nuevos serían los que entrarían en Canaán. Ordenó Moisés que se siguiera vagando por el desierto, cerca del Mar Rojo. Al oírlo, el pueblo quedó sumamente entristecido. Algunos hombres resueltos se negaron a obedecer a Moisés. Se separaron del campamento y se dirigieron hacia las montañas, rumbo a Canaán, pero los salvajes amalecitas bajaron de las montañas y los dispersaron.

            Después de este suceso, la mayoría de los judíos se sometió a la voluntad de Moisés. Pero en una parte del pueblo persistía aún el descontento con el poder ilimitado del gran jefe. Este descontento estalló con la sublevación de Coré. Doscientos cincuenta personajes notables, dirigidos por Coré, de la tribu de Leví, y por Dathan y Abiram, de la tribu de Rubén, se rebelaron contra Moisés y Aarón. Le reprocharon a Moisés el que hubiese sacado a los israelitas de Egipto, sin hacerlos entrar en Canaán y obligándolos a perecer en el desierto. El pueblo empezó a congregarse en las tiendas de los rebeldes y hubo el peligro de que la sublevación se extendiese. Entonces, refiere el Pentateuco, Moisés ordenó al pueblo que se retirara de las tiendas de aquellos hombres impíos, y tan pronto como lo hizo, acaeció un milagro: en el sitio en que se hallaban Coré y su gente se partió la tierra, y los insurrectos, junto con sus tiendas y haciendas, fueron tragados por el abismo entreabierto. Muchos israelitas que se habían plegado a los sediciosos perecieron en una epidemia. 

La generación del desierto.-
Posteriormente a lo ocurrido con los observadores de Canaán, vivieron los hebreos en el desierto por espacio de unos cuarenta años. Llevaban en parte una existencia fija, en el oasis de Cades, y en parte vagaban por los yermos inmediatos, al sur de Canaán. Vivían en tiendas y se ocupaban en criar ganado y en parte con la agricultura. En recuerdo de aquel tiempo dispuso Adonai que se levantaran tiendas o ‘sucoth’ y se celebrara anualmente, durante siete días, la hermosa festividad de Sucoth (Pentecostés).

            En el curso de aquellos años fueron muriendo poco a poco los individuos mas viejos que habían salido de Egipto y surgió una nueva generación, educada por  Moisés en la libertad y en la fe pura. Moisés atendía los asuntos personalmente. Tenía un consejo de setenta ancianos o jefes que le ayudaban a gobernar al pueblo. Aarón era el Gran Sacerdote y los levitas servían en el Tabernáculo y ayudaban a Moisés a educar e instruir al pueblo.

            Cuando estaba por expirar el plazo fijado por Moisés para permanecer en el desierto, empezaron los israelitas a aproximarse a las fronteras de Canaán. En dichas fronteras, al sur y al este, vivían los belicosos pueblos Edom, Moab y Amoreo. Moisés intentó conseguir a las buenas que los reyes de esos pueblos permitieran a los hebreos el paso a Canaán. Mandó emisarios al rey de Edom y le hizo decir: “Así dice Israel tu hermano: déjanos pasar por tu tierra; no pasaremos por labranza ni por viña, ni beberemos agua de pozos; por el camino real iremos, sin apartarnos a la diestra ni a la siniestra, hasta que hayamos pasado tu término”. Mas el rey rechazó esta oferta pacífica, por lo que los israelitas tuvieron que dar la vuelta a Edom. En el camino, en el monte Hor, murió Aarón, sustituyéndolo su hijo Eleazar. Poco antes había muerto también la hermana de Moisés, Miriam.

Conquista de Transjordania.-
Eludiendo el paísde Edom, acamparon los hebreos en la parte sureste de Canaán, cerca de Moab. Gran parte de ese territorio había siso conquistada antes por Sehón, el poderoso rey amoreo, cuyas tierras se extendían a lo largo de toda la ribera oriental del Jordán. Moisés envió embajadores a Sehón pidiéndole que autorizara el paso de los judíos  a través de sus posesiones, pero aquel no accedió y salió al frente de un gran ejército contra Moisés. Los israelitas lucharon heroicamente, infligiendo una derrota a los amoreos. Penetraron en el país y ocuparon la capital, Hesbón. Envalentonados por este triunfo, loshebreos siguieron marcando hacia el norte, camino de Basán, territorio rico en campos de pastoreo. Allí salió contra ellos el rey Og, que descendía de los antiguos gigantes. Pero los israelitas derrotaron  a Og y a su pueblo, conquistando la fértil Basán. De este modo el pueblo hebreo hallábase ya con un pie firme en la región oriental de Canaán, en la Transjordania.

            Como los hebreos se habían asentado en las fronteras de Moab, el rey de ésta, Balac, temió que se apoderaran de sus tierras. Para evitarlo, mandó traer de la Mesopotamia al hechicero Balaam. Pero entonces, cuenta la Biblia, D’s se le apareció a Balaam en sueños  y le mandó proceder en forma bien distinta. Cuando el rey de Moab hubo llevado al hechicero a la cima de la montaña, desde donde se podía divisar el campamento hebreo, Balaam exclamó: “¿Por qué maldeciré yo al que D’s no maldijo? ¿Y por qué he de execrar al que Adonai no ha execrado?”. La segunda vez Balaam quedó tan encantado del campamento hebraico, que no pudo contener su entusiasmo y exclamó: “¡Cuan hermosas son tus tiendas, oh Jacob, tus habitaciones, oh Israel ¡” . En vano esperó Balac de boca del hechicero maldiciones contra los israelitas. Balaam, por el contrario, los bendijo prediciéndoles un gran porvenir. El rey de Moab, enfurecido contra el mago, lo hizo regresar a su casa. 

Repartición de la Transjordania.
Muerte de Moisés.-
Conquistado el territorio de la Transjordania, los hebreos empezaron a hacer los preparativos para cruzar el Jordán y conquistar la parte occidental de Canaán. Entonces se le presentaron a Moisés los ancianos de las tribus pastoriles de Rubén y Gad para pedirle que les autorizara a quedarse allí. Moisés les reprochó el que se negasen a ayudar a las demás tribus a conquistar Canaán y prefiriesen separarse del resto del pueblo, para vivir tranquilamente en la parte dominada del territorio. Pero los ancianos de Rubén y Gad replicaron que no tenían la intención de separarse del pueblo. “Edificaremos aquí-dijeron-majadas para nuestro ganado y cuidades para nuestros niños. Y nosotros nos armaremos e iremos con diligencia delante de los hijos de Israel, hasta que los metamos en su lugar. No volveremos a nuestras casas hasta que los hijos de Israel posean cada uno su heredad”. Ante esta promesa, entregó Moisés a las tribus de Rubén y Gad los territorios del Amoreo y Basán como propiedad suya. A estas dos tribus se agregó luego una mitad de la tribu de Manases, que se adjudicó una parte de las tierras amoreas conocidas bajo el nombre de Galaad. Así fue como dos y media tribus ocuparon la parte oriental de Canaán, la Transjordania.

            Quedaba por atravesar el Jordán y conquistar el interior del país y distribuir el territorio entre las tribus restantes. Mas esto no le cupo en suerte hacerlo a Moisés. El gran libertador y jefe de los hebreos sentía que su fin se aproximaba y sabía que no estaba destinado a hacer entrar al pueblo en Canaán. Antes de su muerte, Moisés reunía con frecuencia a los israelitas y les instruía como debían vivir en el nuevo país conforme a las leyes de libertad y justicia. Como sucesor suyo designó a su ayudante Josué ben Nun. Finalmente llegó la hora de la separación. Se despidió Moisés de los hebreos, predijo al pueblo el porvenir que le aguardaba y bendijo a cada tribu por separado.. Luego subió al monte Nebo, la cumbre mas elevada de la cordillera  moabita de Pisga, desde donde pudo observar buena parte del territorio de Canaán. Largo tiempo quedó allí contemplando el país y lamentando no haber sido digno de entrar en el futuro territorio de los judíos.

            Murió Moisés a la edad de ciento veinte años, recibiendo sepultura en el valle de Moab. Nadie conoce el lugar de su tumba, pues quedó envuelto en el misterio para las generaciones sucesivas. Treinta días lloraron los israelitas a su gran jefe. “Y nunca mas se levantó profeta en Israel como Moisés”, dice la Biblia. Fue Moisés el libertador y el guía espiritual de su pueblo. Transformó a una multitud de esclavos en un pueblo y con su doctrina convirtió a éste en un pueblo “elegido” y grande.

Conclusiones históricas.-
Desde que los hebreos salieron de Egipto, “la casa de servidumbre”, hasta que penetraron en la “tierra prometida”, Canaán, transcurrieron según la tradición cuarenta años, en cuyo lapso los israelitas anduvieron errando por el desierto. Allí estuvieron, durante breve tiempo, en la zona del monte Sión y mas largamente en el oasis de Cades, en las inmediaciones de Edom y en las fronteras meridionales de Canaán.

            La liberación e la servidumbre elevó a tal grado el espíritu nacional de los hebreos, que desde Egipto partieron directamente hacia el Sinaí. El pueblo libertado sentía la necesidad de unir a todos sus sectores aislados  en una sola sociedad que se condujera de acuerdo con leyes fijas. Lleno de esperanzas y de anhelos luminosos, seguía el pueblo a su gran jefe. El nuevo ambiente al que ingresaron de repente hubo de influir sobre los que salieron de Egipto. Después de las fértiles riberas del Nilo se encontraron de pronto en un desierto sombrío y árido, donde rocas peladas, cual crueles gigantes, se erigían hacia el cielo y sus cumbres se perdían entre las nubes; el límite entre el cielo y la tierra, entre la vida y la muerte, parecía haber desaparecido allí; revoloteaba en aquel lugar el espiritu del Creador del universo. Si poco antes, en Egipto, sentía el pueblo la dura opresión de los hombres, experimentaba ahora, en medio del inmenso y solitario desierto, otro poder, mas supremo: el poder del D’s único y eterno. Al pie del monte Sinaí fue donde escuchó el pueblo los preceptos inmortales que llegaron a ser las piedras angulares del judaísmo.

            En aquel momento comenzó el paso hacia la forma social de la religión hebrea. En la doctrina de Moisés, D’s es el señor  no sólo de la naturaleza, sino también de la vida humana. No es solamente el D’s de Israel, sino especialmente el único D’s verdadero del universo. “Yo soy Adonai, tu D’s, que te saqué de la tierra de Egipto , de la casa de siervos” (primer precepto del Decálogo). En estas palabras está expresada la esencia nacional de la doctrina mosaica. Luego se enumeran los atributos de D’s; es único e incorpóreo, no puede haber otros dioses ni idolatría (segundo mandamiento). El reposo del sábado se establece como recurso para mantener en el pueblo la conciencia de la igualdad humana frente a D’s, pues el siervo debe disponer del mismo día de descanso que su señor(cuarto precepto). El respeto por los progenitores es colocado como fundamento principal de la familia y de la sociedad, ya que la fuerza de un pueblo reside en el sólido vínculo entre la generación vieja y la nueva(quinto mandamiento). La prohibición de mentir, de matar, de robar, de cometer adulterio, de desear los bienes ajenos, es la base de la moral y de la convivencia humana(tercero, sexto, séptimo, octavo, noveno y décimo preceptos). Tales eran las verdades eternas que el pueblo judío reveló a la humanidad.

            Mientras los israelitas permanecían Cades, el pueblo empezó a acostumbrarse  a la verdadera vida social. Según la tradición, Moisés gobernó a los hebreos con la ayuda de un consejo de ancianos. Designó jefes sobre grupos aislados y les encargó velar por el orden e impartir justicia en los pleitos menores. Así pudieron surgir y aplicarse en la práctica las leyes sociales registradas en el Deuteronomio(21-23). El amor al prójimo, la conmiseración con el débil y  el pobre y mucha severidad con los que violaban los derechos de los demás, tales eran los rasgos fundamentales de las leyes. Todos los hombres son iguales ante D’s: tanto el hombre como la mujer, el rico como el pobre, el siervo como el señor. He aquí algunos ejemplos: “Si comprares un siervo judío, trabajará seis años para ti y en el séptimo lo librarás gratuitamente”. “No oprimiréis a la viuda  y al huérfano”. “Cuando dieres a tu prójimo algún préstamo, no entrarás en su casa para tomarle prenda. Si fuere  hombre pobre, le devolverás la prenda cuando el sol se ponga, para que se cubra con su ropa”. “No torcerás el derecho del pobre y el huérfano”. “No toméis cohecho”. “No oprimáis al extranjero, porque extranjeros fuisteis en el país de Egipto”.

            En Cades fueron también establecidos los fundamentos del antiguo ritual hebraico. El santuario del pueblo lo constituía  el Arca del Pacto, es decir, el arca que encerraba las tablas con el decálogo del Sinaí. Mientras los israelitas se hallaban detenidos  en su caminata por el desierto, ese arca se guardaba en el Tabernáculo. Durante las batallas en el este de Canaán los levitas iban delante llevando el arca, en señal de que el mismo D’s conducía al pueblo, mientras exclamaban: “Levántate, Adonai, y que sean diseminados tus enemigos”. Sintiendo que el santuario iba con ellos, los guerreros israelitas luchaban heroicamente, obteniendo esas brillantes victorias que les dieron acceso al territorio de Canaán.


 

[1] En algunos sitios del desierto arábigo los arbustos emiten a veces cierto jugo espeso, dulce como la miel. Los árabes lo recogen para comerlo.


 

CAPITULO IV


 
Comunidad Israelita de Santiago.
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